تعــــــــلم اللغات بالقصص ~~ Cuento 1 ~~
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لكي نتعلم لغة أجنبية معينة يجب أن نقرأ و نستمع إلى كل ماهو سهل و ممتع في هذه اللغة
و معروف أن قصص الأطفال سهلة و ممتعة لذا أقدم لكم قصة ترجمت إلى اللغة الاسبانية
للكاتب كريستيان أندرسن لكل من يحب تعلم هذه اللغة
Abuelita
Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo totalmente blanco, pero sus ojos brillan como las estrellas, sólo que mucho más bonitos, ya que su expresión es dulce, y es agradable mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de seda tan tupida que cruje cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, puesto que vivía ya mucho antes que papá y mamá, esto ninguno lo duda. Tiene un libro de cánticos con gruesas cantoneras de plata; el cual lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, aplastada y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de embelesada, y le surgen lágrimas a los ojos. ¿Por qué abuelita mirará así la rosa marchita de su devocionario? ¿No lo sabes? Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se baña con su aroma; se desvanecen las paredes como si fuesen pura niebla, y alrededor se levanta el bosque, espléndido y verde, con los rayos del sol filtrándose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de trenzas rubias y redondas mejillas coloradas, elegante y simpática; no hay rosa más lozana, pero sus ojos, esos ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita.
Sentado junto a ella hay un hombre apuesto, joven y vigoroso. Huele la rosa y
ella sonríe - ¡pero ya no es la sonrisa de abuelita! - sí, y vuelve a sonreír. Ahora ha partido él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras; el hombre galante ya no está, la rosa yace en el libro de cánticos, y... abuelita vuelve a ser la viejita que contempla la rosa marchita guardada en el libro.
Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba narrando una larga y maravillosa historia.
- Se ha terminado -dijo- y yo estoy muy cansada; déjenme dormir un poquito.
Se recostó respirando suavemente, y quedó dormida; pero el silencio se tornaba cada vez más profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; se había dicho que lo bañaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta.
La pusieron en el negro ataúd, envuelta en lienzos blancos. ¡Estaba tan hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas sus arrugas habían desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba miedo alguno mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Acomodaron el libro de cánticos bajo su cabeza, ya que ella lo había pedido así, con la rosa entre las páginas. Y así sepultaron a abuelita.
En la tumba, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreció espléndidamente, los ruiseñores iban a cantar allí, y desde la iglesia el órgano ejecutaba las lindas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio. Los muertos saben mucho más de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causarían si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra sobre el féretro, y tierra dentro de él. El libro de cánticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido también en polvo. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseñores, y ejecutando el órgano sus melodías. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jóvenes. Los ojos no mueren nunca. Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como antaño, como cuando besó por primera vez la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo
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Abuelita
Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo totalmente blanco, pero sus ojos brillan como las estrellas, sólo que mucho más bonitos, ya que su expresión es dulce, y es agradable mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de seda tan tupida que cruje cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, puesto que vivía ya mucho antes que papá y mamá, esto ninguno lo duda. Tiene un libro de cánticos con gruesas cantoneras de plata; el cual lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, aplastada y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de embelesada, y le surgen lágrimas a los ojos. ¿Por qué abuelita mirará así la rosa marchita de su devocionario? ¿No lo sabes? Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se baña con su aroma; se desvanecen las paredes como si fuesen pura niebla, y alrededor se levanta el bosque, espléndido y verde, con los rayos del sol filtrándose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de trenzas rubias y redondas mejillas coloradas, elegante y simpática; no hay rosa más lozana, pero sus ojos, esos ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita.
Sentado junto a ella hay un hombre apuesto, joven y vigoroso. Huele la rosa y
ella sonríe - ¡pero ya no es la sonrisa de abuelita! - sí, y vuelve a sonreír. Ahora ha partido él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras; el hombre galante ya no está, la rosa yace en el libro de cánticos, y... abuelita vuelve a ser la viejita que contempla la rosa marchita guardada en el libro.
Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba narrando una larga y maravillosa historia.
- Se ha terminado -dijo- y yo estoy muy cansada; déjenme dormir un poquito.
Se recostó respirando suavemente, y quedó dormida; pero el silencio se tornaba cada vez más profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; se había dicho que lo bañaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta.
La pusieron en el negro ataúd, envuelta en lienzos blancos. ¡Estaba tan hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas sus arrugas habían desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba miedo alguno mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Acomodaron el libro de cánticos bajo su cabeza, ya que ella lo había pedido así, con la rosa entre las páginas. Y así sepultaron a abuelita.
En la tumba, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreció espléndidamente, los ruiseñores iban a cantar allí, y desde la iglesia el órgano ejecutaba las lindas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio. Los muertos saben mucho más de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causarían si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra sobre el féretro, y tierra dentro de él. El libro de cánticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido también en polvo. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseñores, y ejecutando el órgano sus melodías. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jóvenes. Los ojos no mueren nunca. Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como antaño, como cuando besó por primera vez la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo
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